Al hilo de las reflexiones que, sobre el movimiento antinacionalista en formación, estamos haciendo en la Oposición Antinacionalista, creemos que habría que prestar atención a sus componentes, los que van a determinar el carácter y sus posibilidades.
Los intelectuales han tomado protagonismo reciente, especialmente a raíz del surgimiento de “Ciudadanos”, viejos compañeros nuestros, que han terminado de gestar un proceso de diez años de duración, desde la época de la “Asociación Miguel de Cervantes”, la creación de la “Tolerancia”, el «Foro Babel» y el «Foro Mogambo«.
El problema de los intelectuales en el marco político es su indefinición. Contaba Juaristi hace unos meses, en el suplemento de un diario, su trayectoria política, que asimilaba a la de buena parte de su generación, del nacionalismo etarra al liberalismo ético.
Por definición, los intelectuales se adhieren a los grandes conceptos y a los sistemas de ideas, que se dan de tortas la mayoría de las veces con las sucias realidades políticas.
Otros protagonistas fundamentales son las víctimas del terror nacionalista, especialmente las de ETA-PNV. Su implicación no es sólo valiente, es extraordinaria, pero por sus propias características sus metas son limitadas y aún su compromiso indudable en la defensa de la democracia y de la nación española tienen que ser cautos en política.
Los partidos son otro de los factores. Por un lado está el PP, el PP opositor, porque en el gobierno no tiene empacho en pactar con los nacionalistas y mantener el infame termitero autonómico. Su política es siempre dialogante, tolerante, y otros “–antes”.
Otros partidos se integran firmemente en el movimiento: la UCE maoísta, el cristiano SAIN, el republicano PNR, grupos navarristas, demócratas populistas, liberales… Sus limitaciones son sólo las de su ideología, su compromiso es indudable cuando nada pueden ganar en enfrentarse al totalitarismo real que padecemos.
Excluimos taxativamente a los grupos ultraderechistas. Primero porque son un universo cerrado, endogámico e hiperideologizado. Segundo porque su nacionalismo formal (en realidad fascismo histórico) avala la teoría de los nacionalismos disgregadores de que existe un “nacionalismo español”, lo cual es incierto, o de que “todos somos nacionalistas” -lo que supone la ideologización de toda actitud humana- pues no todo prejuicio local es racista, no toda fantasía sexual es sexista, etc.
El cuarto elemento son los foros y blogs, donde el movimiento no sólo puede coordinarse sino reconocerse y organizarse. Evidentemente no pueden quedarse en meros medios de desahogo ni expresión formal.
Y por último los pequeños grupos dedicados a la propaganda según sus medios, también con presencia en Internet.
Todos tienen un puesto importante pero también limitaciones. ¿Cómo crear un movimiento estructurado y flexible de todo este magma?.
Ante todo, creemos que es necesario forjar un discurso que no sólo sea de crítica a un enemigo que ya se ha descubierto en gran parte. Un discurso de combate, de rechazo, pero que pueda aglutinar la suficiente cantidad de población para ser una fuerza que venza utilizando todos los medios a su alcance. No debemos cometer el error de algunos grupos que han rechazado de antemano actitudes que han considerado radicales, o viceversa, moderadas.
Nadie es indispensable, todos somos necesarios.
Anteponemos esta necesidad incluso a la unidad de acción, demostrada en las manifestaciones contra la rendición ante los terroristas nacionalistas y por la unidad nacional. Porque el medio no cuenta cuando el mensaje no es claro o no se sabe a donde lleva.
Se trata de darle cara y ojos al movimiento, de encarnarlo, fundamentalmente, en una actitud firmísima contra la dictadura nacionalista, la labor cómplice del actual gobierno, la pasiva de otros anteriores, y la denuncia de la caótica aberración autonómica. ¿Porqué diablos parece que este último punto es intocable, como lo fue hasta hace poco el de la unidad nacional española o la propia identidad española?.
Con la Restauración del siglo XIX, , con la República, con Franco o con la Transición, con la derecha conservadora o con la izquierda progresista, hay que tener claro que las identidades regionales se forjan en los resquicios de los localismos y de los defectos en la construcción del Estado nacional moderno, que estos regímenes no supieron expresar con contundencia y claridad. No son expresión de ninguna historicidad, pueden rechazarse como los nacionalismos disgregadores rechazan España. Si no tenemos claro esto estamos derrotados antes de empezar a luchar.
Somos la expresión de un antagonismo que no hemos escogido pero que está ahí ahogándonos.
Creemos que con esto es suficiente para incitar a la reflexión y el debate. Disculpad la extensión. Y no tengáis reparos de enviarnos vuestras opiniones o comentarios.