Desde hace varios meses el desbarajuste y bloqueo en los transportes públicos del área de Barcelona, afectando duramente a cientos de miles de ciudadanos ha adquirido las dimensiones de un drama descomunal.
No vamos a analizar la genealogía del caso para llegar a las causas (instituciones, cargos, personas, y hechos) que han dado lugar a una situación tan extremadamente deteriorada.
Un hecho de tales dimensiones e incidencia, como es natural, ha sido abundante y constantemente tratado por los medios de comunicación locales bajo muchos puntos de vista… excepto, como también es natural, los mismos aspectos que aquí omitimos, aunque por razones opuestas.
La campaña mediática ha sido intensa y sostenida reforzada con la referencia al grave corte de suministro eléctrico en parte de la ciudad ocurrido el pasado verano.
Como consecuencia, la indignación de los ciudadanos directamente afectados, y de numerosísimos otros (estimulados por diversas motivaciones) ha propiciado el “clima” emocional adecuado para que los partidos políticos del régimen nacionalista –percibiendo encubiertas sus responsabilidades directas- hayan convocado una manifestación que aprovechando el enorme descontento y exasperación, les ha permitido escenificar un magno acto de agitprop con la máxima resonancia.
Y, así, una vez más, han remachado su ya veterana y sistemática estrategia propagandística de conectar (asociar) e identificar todos los problemas con “España” (aunque sea retorciendo la realidad hasta límites inverosímiles), como causa única, y presentando como solución ineludible la independencia.
No, no se trata del “victimismo”, no seamos ingenuos. Se trata de una estrategia de mucho mayor alcance, que al haber sido utilizada sistemáticamente durante tanto tiempo, está alcanzando sus objetivos:
• Implantar su discurso y afianzar una legitimidad, numéricamente dudosa, y socialmente impuesta por coacción. La implantación ha alcanzado un grado de eficacia tal que ya no requiere largos discursos demagógicos ni explicaciones (“pedagogía” la llaman), ya sólo basta señalar al culpable y enunciar la solución. Dos palabras nada más y el discurso se desarrolla por sí sólo en la mente de los perceptores.
• La demonización y ”creación” del “enemigo”: España, causa absoluta del mal absoluto. Se ahonda así en la labor de escisión de ésta parte de la sociedad española, secuestrándola mediante sus cínicas leyes y sus peores prácticas opresoras así como con la persecución de la disidencia al régimen (agresiones físicas, amenazas… las mismas prácticas de todas las dictaduras, siempre silenciadas por los medios locales, cómplices, y también por los medios llamados nacionales… no menos cómplices), lo que les ha permitido materializar su “bando” frente a un enemigo inexistente por difuso (“el tigre de papel”), y por lo tanto incapaz de responder a sus insultos, abusos y agresiones.
Contrariamente, cuando en la misma ciudad, se hundió un barrio entero (el Carmelo) como consecuencia de su ignorancia e incapacidad gestora, de la brutal corrupción que anida en el seno del régimen nacionalista, y de su exclusiva dedicación al pillaje en beneficio propio, de la extorsión y del despilfarro caciquil que se practica bajo la excusa identitaria (que no es sinó un medio de sumisión social al régimen), ante la imposibilidad de efectuar su conexión con la odiada España (tras unos tímidos e imposibles intentos), el hecho fue silenciado por completo, pues se volvía contra ellos mismos. El silencio mediático, colaborador y cómplice, desvaneció en humo un hecho real.
Y esta es la lección que por enésima vez nos dan: la perfecta utilización de la propaganda, que se concreta en la estrategia de la creación del enemigo y su demonización y la aplicación implacable, sistemática y constante (a lo largo de años) de las tácticas de agitación que la desarrollan. Poco importa constatar que cuentan con todos los medios, pues no siempre fue así; medios, colaboración y complicidades se han ido agregando por el camino.
Aquí está también nuestro “qué y cómo” en esta ocasión.
¿Qué?
Convertir el “tigre de papel” que ahora somos en una realidad capaz de defenderse, responder y atacar para vencer. Y esto requiere una acción decidida y constante. La propaganda sostenida, incansable, con los medios disponibles por escasos que sean, que de una vez realice la misma conexión que ellos hacen, señalando, mostrando con concreción y afirmando, sin tregua, hasta convertirlo en un clamor, los males que ellos crean a la sociedad española, los problemas que agudizan haciéndolos insolubles y el enorme costo que eso nos representa. Tenemos muchas cuestiones pendientes y no necesitamos ni mentir ni deformar grotescamente la realidad.
¿Cómo?
Con una abierta y ofensiva actitud antinacionalista que nos permita dar las “batallas” del lenguaje, de la unión del movimiento antinacionalista, y finalmente de la cancelación de este aberrante, y traicionado, experimento autonómico.
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La “batalla” del lenguaje es importante porque finalmente las palabras son las actitudes, y hoy se halla profundamente pervertido y mediatizado tanto por los nacionalistas como por los grupos de presión de la retro-progresía ( compuesta por toda clase de detritus de las ideologías clásicas así como de advenedizos oportunistas –incluso algunos reciclados del franquismo- y de los nuevos movimientos, o deshechos, sociales, que como grupos de presión buscan su lugar bajo el Sol de este río revuelto de la desorientación de una sociedad hedonista y en trance de descomposición).
Los unos con el falso “rollo” cultural y su sacralización, las identidades colectivas y las pertenencias determinísticas, y los otros con su hipócrita “buenismo” y sus sobadas etiquetas (“solidario”, “sostenible”, “repetuoso”, “tolerante”, “diversidad” etc…) vehiculadoras de falsas malas conciencias y soporte del impostor pensamiento único que encubre toda clase de tropelías, contradicciones, y permite practicar el cinismo más descarnado.
Y en cuanto al intocable tabú de las autonomías, basta de melindres y digámoslo claramente puesto que ya no queda la mínima duda razonable: el sistema ha fracasado tanto como aproximación a sus intenciones acomodadoras de “sensibilidades” como en sus realidades prácticas. Bajo este imprudente e innecesario sistema inerme a su uso desleal y artero (pero anunciado por los nacionalistas desde el primer momento, con lo que se excluye la “ingenuidad” o la “buena fe” con que se justifica a sus pergeñadores) anida la cochambre que su ineluctable degeneración ha producido: la maximización de la ineficacia en todos los órdenes, el despilfarro absurdo y sin límites, la coartada perfecta para la máxima corrupción, la extensión aplastante del neo-caciquismo mediante rígidas redes clientelares que han invadido todos los ámbitos de lo que llaman la “sociedad civil”.
Si es difícil encontrarle virtudes al “Estado Autonómico”, no lo es encontrarle adeptos y panegiristas. Politicastros de ínfimo nivel que se ven elevados a la categoría, impensable para sus capacidades, de cabezas de ratón con poder de sátrapa y sueldos de sultán rodeados de sus macro-cortes de sinecuras funcionariales a modo de guardias pretorianas.
No nos olvidamos de los “plumillas” a sueldo (“los perros del poder”) ni de los autodenominados “intelectuales”, orgánicos unos –los más tontos- y los otros, más avispados, oficiando de “conciencia moral de la sociedad”; pero ni mínimamente nos engañan, estamos acostumbrados a verles justificar, con los mismos argumentos (argucias), lo uno y lo contrario a la vez (sin advertir en ellos el menor temblor ni rubor). Tienen un pie en cada lado y el cazo bajo todos, gustan de llamarse “enfants terribles” pero son simples saltimbanquis.
Todo este facherío progre, así como los nacionalistas, en cuyos brazos se mece, hace bien de defender este “modelo territorial” porque les va mucho en ello. Tienen mucho ganado y mucho a perder. Están en su sitio. Y contínuamente aparecen en escena nuevos enanos que exigen una parte en el despojo (de nuevo, como en la “transición”, tiene lugar una loca carrera de seres infectos para ver quien rapiña más).
Quienes no están en su sitio somos nosotros. Con casi todo perdido y manteniendo a tantos desvergonzados de ocasión que destruyen nuestra sociedad y deslegitiman a nuestro país, todavía somos timoratos e incapaces de denunciar el caos autonómico y exigir su liquidación “para que no nos llamen…” lo que de todos modos ya nos llaman.
Nosotros, todos sin excepción, incapaces de realizar el no tan gran esfuerzo de sobreponernos a nuestros estrechos particularismos y emprender una acción unitaria, decidida, sistemática y sostenida de vitalizar el movimiento antinacionalista, estamos teniendo, y tendremos, lo que nos merecemos, porque nadie lo hará por nosotros. Y después… “muerto el burro, la cebada al rabo”, haremos el “boabdil” y lloraremos…
Si no somos capaces de la unidad, sucumbiremos.
Porque, de una vez por todas: no importa el quién sinó el qué.