Ya está, el alto Tribunal Anticonstitucional se ha destapado en forma y tiempo conveniente a las estrategias de las distintas facciones de la casta política, produciendo una sentencia que, como no podía ser de otra manera, resulta claramente anticonstitucional (no hace falta ser un leguleyo para darse cuenta). Esos jueces-delincuentes zarandeados por los manejos de los políticos, presionados e incluso amenazados, no podían caer más bajo. No hay infamia que les repugne.
La Constitución ya venía siendo vulnerada y desbordada a troche y moche, tanto por los sucesivos gobiernos, en su actitud genuflexa ante los nazionalistas a quienes, además, frecuentemente han alentado y encubierto, como por los gobiernos autonómicos. Nunca la Constitución ha sido la norma de referencia, sinó la norma a batir. No es nuevo.
Hemos visto como todas las instituciones del aparato del Estado han operado constantemente en pos de la destrucción de España y sus instituciones, democracia incluida.
Ahora es el “reino” de los jueces quien nos ha confirmado que también está podrido hasta la médula –lo que ya sospechábamos- desde el mínimo de los juececillos hasta la más alta magistratura.
Analistas y comentaristas se han abalanzado sobre el fallo. Para unos los retoques han sido mínimos y el texto “ya es constitucional” frase mágica, ¡respirad!, para otros se ha desactivado su peligrosidad, etc.… y todos mienten. El estatuto de los nazionalistas es expresamente anti-constitucional y anti-español, y no ha sido desactivado ni en lo más mínimo: se reconoce la autodenominación de nación para esa región y se dice que “sin eficacia jurídica” ¿cómo se le ha quitado tal eficacia, si persiste, y en el lugar más importante del documento?, ¿si se refieren a ella en numerosísimos puntos del documento, y de las leyes y reglamentos ”autonómicos” que se han ido emitiendo?. Se permite el fraccionamiento de la soberanía “indivisible” del “pueblo español”, admitiendo un origen distinto y extraconstitucional al “derecho a decidir” de una fracción sobre el resto y queda consagrado. Se establece la “bilateralidad” en las relaciones de esa nazión con un estado que hay por ahí al lado (que como dijo en su día P.Maragall, tendrán que inventarse un nombre para “eso”) y que ya sólo puede reconocerse, momentáneamente, como el país de BotellónPuteríoyPorro, hasta que el resto de “pueblos” dolientes, secuestrados por aquel gran mal absoluto que era España, establezcan sus “estatutos-constitución” análogos, logren liberarse, y despertar de la pesadilla a una mañana radiante y esplendorosa en que podrán, ¡por fin!, entregarse a sus respectivas expansiones territoriales.
Se quiera o no, se diga como se diga, se utilicen todos los eufemismos que se quiera, y se recurra a toda clase de tecnicismos burocráticos: si esa región es una nación, España no, lo contrario es imposible, si la población en esa regioncilla tiene soberanía, el resto de la población española no, lo contrario es imposible, y si esa administración trata en plan de igualdad al Estado vecino, es tan Estado como él (no hace falta proclamar de nuevo el “Estat Català”, ya lo es de hecho), por lo que sobre ese territorio no hay ni puede haber ya ningún poder definido por encima del que se han arrogado ellos mismos, lo contrario es imposible.Y todo eso mediante un referéndum en el que participó menos de un 50% de la población y que sólo arrojó un 70% de votos favorables, es decir, menos del 30% de la población, y que ha estado aplicándose sin sentencia favorable del tribunal Anticonstitucional, y también, se quiera o no, el voto de la población, sea el que sea, no implica la legalidad de lo votado ni lo convierte en legal.
La manifestación-protesta decretada por los Nazis catalanes por una parte está orientada al servicio de las estrategias electorales particulares de la partitocracia, que nos importan un bledo, pero sobre todo es una escenificación de su recientemente proclamado poder exclusivo. No es irrelevante, es un aviso. Las llamadas a su carácter pacífico pretenden ocultar su verdadera naturaleza: es una amenaza.
En consecuencia lo que los “magistrados-delincuentes-complacientes” (y da igual quién ha votado qué) han determinado es que el estatuto está por encima de la Constitución y la sobresee de hecho; el resto de legislación del anterior estado, que ha de someterse al nuevo estatuto, debe ser modificada para ajustarla a él. Mediante ese artificio se pasa de la antigua “legalidad” a la nueva “legalidad” pero naturalmente cometiendo una felonía por el camino, “alguien” carente de escrúpulos ha vendido su alma al diablo.
Si quienes debían defender la Constitución la apuñalan de esta manera, derogándola de matute, han liquidado la legalidad. La legalidad ya no existe.
La situación consecuente es sólo una caricatura de legalidad que hay que mantener ante el mundo para que el actual sistema partitocrático (partidos y personajes) pueda seguir invocando su legitimidad frente a posibles, imprevistas, y desagradables evoluciones, mientras se nos impone, de nuevo, a la fuerza, un hecho consumado, ilegal, fraudulento y abominable.
Así culmina este largo, astuto, y paciente proceso emprendido por los Nazionalistas, de compra de voluntades, corrupciones, amenazas y chantajes mezclados con victimismo y asesinatos de cuando en cuando (si omitimos el pequeño detalle del 11-M, producto del ya evidente complot entre los nazionalistas, el psoe y Marruecos, y tal vez algún otro amigo, y que curiosamente, ningún partido quiere aclarar). A eso se le llamaba “hacer pedagogía”, eran los tiempos en que se aceptaba que el nacionalismo era caro, si bien el traidor español resultaba bastante baratito.
En conjunto, dicho proceso, y en especial su fase final, constituye un verdadero Golpe de Estado.
Por otra parte la casta política que parasita todas las estructuras del poder en los múltiples y macrocefálicos parlamentos, que arruinan el país, donde encuentran cobijo una infinidad de personajillos infectos, mantiene la mascarada democrática mientras la ha vaciado de contenido degenerándola en un régimen partitocrático-cleptocrático compuesto por sinvergüenzas corruptos y saqueadores.
No solamente eso, sinó que ninguno de los partidos del sistema han vacilado en pactar con los secesionistas para alcanzar sus fines particulares, y ya sabemos que el precio de esos pactos siempre ha sido descoser España. Han estimulado el secesionismo, han mirado hacia otro lado ante los excesos de sus socios, y han preferido pagar a cualquier precio el apoyo de los mismos antes que unirse frente a las mayores amenazas a la Nación española, ahora ya, gracias a ellos, extinta.
A grandes rasgos, y muy simplificadamente, la causa de este disparate no debe achacarse al “fracaso de las elites”, como se dice, sinó a su defección en la lealtad debida a la Nación española y a la participación en su destrucción activa o pasivamente. En realidad hablamos de la inexistencia de verdaderas “elites” (en el sentido positivo del término), se trata simplemente de las minorías dirigentes que tenemos, de bajísimo nivel. Simples oportunistas.
Dicho de otro modo, las minorías dirigentes no han manifestado ninguna voluntad de defensa de la Nación, de la Constitución (aunque sea infecta), del Estado que debían gestionar y no han intentado derogar la ley electoral que les pone en manos de las exigüas fuerzas nazionalistas, estrictamente antidemocráticas antiespañolas y golpistas, a las que otorga un poder descomunal y anula el principio democrático que da igual valor a todos los votos.
Por el contrario, de una forma prácticamente explicíta y creciente, se ha fomentado entre la población el desprestigio de la Nación española e incluso se ha negado su existencia; se ha impulsado fuertemente el antiespañolismo promovido anteriormente por la “oposición” al régimen franquista al que, interesadamente, se identificó con la Nación histórica que es España, como consecuencia de la abducción de la llamada izquierda por los nacionalismos.
Actualmente la autodenominada izquierda, con el psoe a la cabeza, que no tiene que ver con la izquierda histórica de la que son sólo detritus residuales compuestos por progres radicales destructivos antiespañoles y saqueadores, y las “derechas” (encabezadas genéricamente por el pp) históricamente indiferentes cuando no hostiles a la Nación española, y también saqueadores, la han deslegitimado frente a unas delirantes naciones inventadas. Poco ha importado que España como país y como nación emerja fruto de un proceso histórico muy temprano, milenariamente anterior a la denominación de esas nuevas naciones, e incluso a la propia ideología nacionalista –de origen germánico Herder, Fitche etc.- que las ha inspirado, a la que en consecuencia la Nación española nada debe y por lo tanto no necesitó gestar, para ser, un nacionalismo español como el de éstos advenedizos que nunca fueron.
Visceralidad, odio irracional, cobardía y falta de convicciones se mezclan en esta actividad destructiva casi frenética. Disgregar, liquidar el país, requiere previamente el fraccionamiento de una sociedad históricamente consolidada y a ello se han entregado intensamente los nazionalistas mediante sus inventados “hechos diferenciales” y al uso político, con finalidad excluyente, de las lenguas cuando han estado disponibles (en otros casos se inventan).
A ello se suma la dejación que se ha hecho de la enseñanza, entendida certeramente por la antiespaña como un bastión fundamental en la labor destructora, y que fue rápidamente colonizada tanto por los nazionalistas como por una progresía infantilode que la han degradado intensamente hasta convertirla en meros centros de indoctrinación.
Y para completar el acoso se han lanzado intensas campañas de destrucción colaterales de todos los valores que habían sido el acerbo moral e histórico de la sociedad española: ataques a la religión católica en favor de confesiones foráneas y extrañas a nuestra cultura, banalización de la sexualidad y el desenfreno hasta prácticamente promover la perversión de menores, el debilitamiento y práctica ilegitimación de la familia, así como la negación del individuo y la desvalorización de la vida humana mediante la trivialización del aborto, de hecho irrestricto, y la introducción de la eutanasia, ¿para cuándo la eugenesia?
El resultado de todas estas acciones combinadas es el decaimiento, el hundimiento moral de la sociedad española. El último obstáculo ha sido removido.
Así pues tanto desde el “gobierno” como desde la “oposición” éste régimen partitocrático es subversivo respecto a sí mismo, respecto a las propias instituciones y la legalidad en que se fundaban, a la que debían ajustarse y preservar. Consecuentemente es ilegítimo.
El sistema político puesto en marcha a partir de la transición, ha llegado a su término, se ha agotado la dinámica que ciegamente lanzó y que ha desembocado en esto. Se inicia ahora una nueva fase, independiente de su origen, con características nuevas, en la que el retorno a cualquier momento anterior ya no es posible.
La liquidación de la legalidad y la ilegitimidad del sistema político actual hacen lícito y necesario su derrocamiento para: refundar el Estado, restituir la legalidad, restituir la democracia, recomponer la sociedad y erradicar a los nazionalismos.
Si, en general, el progreso y bienestar de una sociedad requiere, entre otras cosas, un cierto grado de lealtad y colaboración entre todos los sectores, una reacción capaz de alterar el curso dramático de los acontecimientos, como es el caso, exige la existencia de una conciencia ciudadana.
Pero mal puede hablarse de ciudadanía, que implica un cierto nivel de responsabilidad, cualificación moral y valores que la fundamenten cuando en buena proporción somos una población que carece de todo ello, en parte a causa de la manipulación y en parte debido a nuestra propia irresponsabilidad y abandono al hedonismo egoista e insolente emergido de un período de bonanza económica (sin mérito propio en ello) henchidos de nuevorriquismo y de éste individualismo de masas que distorsiona todas las percepciones. No somos víctimas inocentes sinó más bien culpables de habernos convertido en una grey de población vacuna (pedazos de carne con ojos, de mirada obtusa) pasmarotes cobardes, grotescos, deformes, zafios y envilecidos a quienes se puede ofender, escupir e incluso ir matando impunemente.
Para muchos lo único importante es el paro y la profunda crisis que no ceja, es perfectamente entendible; para los “liberales” lo importante es que los negocios continúen funcionando con normalidad. Por razones distintas, para ambos, “lo demás” es accesorio. Pues bien, ese “accesorio” prescindible y molesto, la destrucción del país de la que todos parecen desentenderse pero que está en el origen de la crisis y la hace intratable, nos producirá más de aquello que ya tenemos: paro y penuria.
Si como indivíduos hemos fallado, otro tanto cabe decir de los numerosos grupos activos (algunos grandes): narcisistas, ombliguistas, desdeñosos de los demás, infatuados de sí mismos, lamelibranquios incapaces de unirse para plantar cara al enemigo común y a la amenaza concreta que se ha cernido sobre nuestro país. Un enfrentamiento que ninguno por sí solo podía abordar. Nadie ha estado dispuesto a abandonar sus particularidades domésticas, “derechas”, “izquierdas”, “liberalismo”, “república”… y tantas otras etiquetas ridículas para la magnitud del envite.
Ante la unidad de acción y la organización unitaria imprescindible ha faltado grandeza y voluntad.
Cada uno ha permanecido encerrado en su pequeño cascarón de autosatisfacción. Y son más culpables quienes han tenido, y tienen, más medios y capacidad.
Aquí cabe mencionar proyectos cuyo sectarismo en un caso y la falta de definición en el otro, les ha impedido aglutinar y canalizar la esperanza de muchos. Sólo nos referiremos a los dos que se han hecho más visibles: UpyD y Ciudadanos. Pero no son únicos.
A UpyD España se la suda; y como España ya no existe, suponemos que sus sudores se deben haber terminado y ya habrán alcanzado el Nirvana acariciando su confeso “federalismo” (o confederalismo, ahora ya no se sabe donde están, es un enigma). Incapaces de afrontar el problema real de la liquidación de las Autonomías, único camino posible, se recrean y debaten acerca de un regeneracionismo blando e imposible, pero eso sí pergeñado de matices y cautelas.
En cuanto a Ciudadanos, el caso es más trágico. Despertó la ilusión de muchos, decepcionó a casi todos. Iban de “no nacionalistas” y rechazaban todas las banderas…excepto las de los nacionalistas, para que no les llamaran no se qué (y se lo llamaron igualmente), su mimetización resultó un fiasco. No querían ser el “partido de la lengua”, había otras cosas importantes de las que ocuparse. Y efectivamente, no lo fueron, y al no querer ocuparse obstinadamente y machaconamente, del único problema para el que estaban allí (puesto que para los demás no hacían ninguna falta), al no querer mencionar a la bicha, no han sido nada. Se convirtió rápidamente en un amasijo de arribistas, de oportunistas bien conocidos, e incluso de criptonacionalistas. Nada.
Finalmente como tras la liquidación de España, lo que queda es un magma confuso, no bien definido, pronto tendrán que emerger las restantes, estas sí, indiscutidas e indiscutibles naciones que suponemos abocadas al choque y al conflicto, pues motivos no les faltarán (anexiones terrritoriales, cuencas hidrográficas etc…).
Todos hemos sido culpables y tenemos lo que nos merecemos.
Pero la lucha continúa, como continuó el 2 de mayo de 1808, como continuó en la época cartaginesa y romana, como contra el imperialismo británico. Jamás nos rendiremos.
Pero hace falta poner los medios.
La organización unitaria, la resistencia. La conciencia de todos, la meta única y obsesiva. La Nación y el Pueblo. Esos somos. Reflexionad.