El Partido de los Ciudadanos se creó en base a iniciativas que parten de 10 años atrás, en el Foro Mogambo, el Foro Babel y la Asociación por la Tolerancia, donde ya estaban los que hoy lo representan y los intelectuales que apoyan su creación. Ha obtenido buenos resultados electorales porque ha sabido representar el hartazgo y la exasperación de buena parte de la población objetivo de la coacción nacionalista catalana. Este hecho está siendo obviado.
Las sectoriales del partido, secciones de ramas laborales, están propugnando un mero sindicalismo calificado de modo autosatisfecho de izquierdista, y exhortan a dejar de lado las “tonterías antinacionalista y centrarse en lo importante”.
Lo cierto es que la gente que constituye Ciudadanos no es la misma que acudió entusiasta al acto fundacional del Teatro Tívoli. Estos de ahora se califican de “posnacionalistas”, intentando no “mentar la bicha”, un truco que utilizan muchos nacionalistas cuando van de “apolíticos” y se califican de “catalanistas culturales”. Esta gente son criptonacionalistas desengañados de otros partidos infiltrados.
Si se trata de hablar de “lo importante”, nada más importante hoy para los ciudadanos españoles que la agresión nacionalista y de sus cómplices contra nuestras instituciones, nación, economía y libertades.
En contraposición a otras organizaciones del movimiento, que están logrando apoyos multitudinarios (Foro Ermua, AVT, Funae…), Ciudadanos y su triunvirato parlamentario se presentaron en la movilización del 3 de febrero en Madrid con una pancarta con su lema electoral (lo de “no nos importa tu identidad”), obsesionados por no ostentar símbolos nacionales y conservar una imposible equidistancia entre la agresión nacionalista contra la nación, las libertades y la democracia, y la respuesta antinacionalista (su “no-nacionalismo”), pareciendo fuera de sitio, como si estuvieran cumpliendo un compromiso y tragando aceite de ricino.
Esa obsesión les ha llevado a negar la entrada al director del grupo Intereconomía y ex-diputado autonómico del PP, Julio Ariza, al Parlamento regional, y de malos modos, simplemente por llevar un pasador de corbata con una pequeña bandera española, y que ni siquiera es miembro del partido, sólo un invitado.
Luego han expedientado al responsable impresentable a través de un comunicado largísimo donde citan hasta a los clásicos de la jurisprudencia y la filosofía con tal de “no mentar a la bicha”, como ya hemos indicado.
Ya habíamos comprobado anteriormente esta actitud taxativa de ser “no-nacionalistas”. En una de las reuniones del Foro Mogambo que se celebraban en Premiá de Mar hace unos años, el moderador impidió responder a las afirmaciones de un nacionalista catalán encubierto que había sido invitado.
Por si fuera poco, captamos un correo electrónico del responsable de Ciudadanos en Madrid, donde relata el trato que recibió él y la asamblea de miembros por desear presentarse a las elecciones municipales de la capital. Por lo visto esa iniciativa debe ser diseñada y controlada por la élite parlamentaria del partido o de la federación en Barcelona, cómo finalmente lo ha sido a mediados del mes de febrero.
Aunque la palma del autoodio, mala conciencia y duplicidad se la ha llevado Ciudadanos cuando ha promovido la multiplicación de lectorados de catalán en universidades españolas, una propuesta que ya hizo CyU hace unos pocos años. Están en la línea de un Arzalluz cuando dice que todos somos nacionalistas, unos vascos y otros españoles. Eso les obsesiona, paraliza y condiciona toda su actividad política. Del autoodio a la indefinición.
El movimiento que está en la calle no demanda soluciones a problemas parciales. A base de palos y desengaños ha sabido captar cuál es la apuesta en juego, el eje que genera el resto de problemas, y quién lo está moviendo.
Si el sistema democrático no puede defenderse jurídica y políticamente por haberse convertido en un entramado de complicidades, corrupción, ilegalidades, terrorismo y consenso sistemático en el que se basa la actual partidocracia, en la que los nacionalismos nadan y se reproducen, debemos nosotros, los españoles, sacudirnos de esos complejos trabajosamente inculcados a lo largo de siglos, de uno y otro signo, y empuñar nuestros símbolos para agruparnos alrededor de ellos y ser los protagonistas de nuestra propia liberación.
No es eso, no es eso, ya lo dijo Ortega. En Ciudadanos hay depositadas demasiadas esperanzas como para que los personalismos, la ambigüedad, los complejos y el afán de poder y control hundan el proyecto.
No dudamos que Ciudadanos sea un partido no sólo válido sino utilísimo en el futuro, que es donde se define… «postnacionalista», pero no aquí y ahora, en pleno auge del nacionalismo integral, tan rabioso como lo fue en la Alemania de los años 30
Clarificad el discurso, limpiad la organización, el movimiento lo exige. Si nosotros pedimos machaconamente la UNIDAD en el movimiento de regeneración es por un fin: por la unidad nacional y contra las tiranías de los nacionalismos disgregadores y sus cómplices. Es en ese contexto, y sólo en ese, en el que adquieren sentido la democracia y las libertades, reales y no meramente formales.
España y libertad, es y debe ser nuestro único lema. Quien no lo defienda no pertenece al movimiento, es otra cosa. Mirad bajo qué banderas ha salido toda la gente en las manifestaciones, cuál consideran que es su identidad y sus metas: su consigna y santo y seña.
Saludos fraternales, no hay animosidad en nuestras palabras, sólo dolor.