Las organizaciones antinacionalistas comienzan a surgir a finales de los años 80, cuando la caótica efervescencia política post-franquista desaparece y queda conjurado el peligro involucionista tras el 23-F. Es entonces cuando grupos de ex-activistas comienzan a sentirse agobiados y a reflexionar sobre la escalada agresiva de los nacionalismos.
Surge así en Barcelona la “Asociación Miguel de Cervantes”, en 1983, centrada fundamentalmente en el mundo cultural y la denuncia social. Un grupo de jóvenes se escinde de ellos en 1992 deseando llevar a cabo una labor más política y crearán la “Asociación por la Tolerancia”.
Toda la labor de resistencia al nacionalismo fructificará muy lentamente con iniciativas como el Manifiesto de los 2.300 (1981), el de la Tolerancia Lingüística en 1994, la creación del “Foro Babel”, en 1997, o más recientemente, el de la Plataforma Libertad en 2000, y del “Partido de los Ciudadanos” en 2006.
En el País Vasco la valiente AVT se creará ya en 1981, para hacer frente a la horfandad de las víctimas del terrorismo ante la desidia e inacción de los sucesivos gobiernos. El Foro Ermua en 1997 y Convivencia Cívica en el 98. Comienzan a editarse webs en Internet con el nacimiento del siglo cada vez más abiertamente claras y denunciantes.
Las Olimpiadas del 92 en Barcelona y la histeria nacionalista que las acompañan (pretendieron que se celebraban no en una ciudad sino en un “país”) suscitan alarma y coinciden con un alud de obras y críticas sobre el agresivo empuje nacionalista.
El mundo intelectual comienza a despertar. Este tendrá y tienen hoy un gran protagonismo, pero no debe hacernos olvidar que los intelectuales son sólo una espoleta (en el mejor de los casos) y que un movimiento no puede depender de los vaivenes de ellos si quiere estar vivo y perdurar.
Estas dinámicas, y todo el movimiento en general, está fuertemente lastrado por la hegemonía y autolegitimación del nacionalismo y su lenguaje. Esas expresiones y actitudes “políticamente correctas” de los nacionalismos se han introducido también en las formulaciones y el fondo político del movimiento antinacionalista, que se niega a llamarse así y adopta el absurdo nombre de “no-nacionalista”, que no ataca la patraña cultural de los nacionalismos, o la aberrante y costosa estructura autonómica para ellos creada.
El otro gran problema que debe afrontar el movimiento es el fraccionamiento.
Primero político. La reciente crisis del Partido de los Ciudadanos es un buen ejemplo de ello: los enfrentamientos personales, sectarios e ideológicos, se mezclan y solapan, casi hundiendo un proyecto que se inició en el “Foro Mogambo” una década antes.
El segundo es estructural. Aún hay hoy grupos reticentes a salir del estrecho marco regional o local en el que se desenvuelven, por miedo a constituirse en una alternativa nacional española, aunque eso no les evite las acusaciones de “franquistas-fascistas-lerrouxistas” del enemigo.
Los NOA son producto de esa reticencia, de ese complejo. Nacen para combatirlo.
Todo ello nos obliga a considerar como primer objetivo del movimiento “crear” el propio movimiento, dotarle de significado y visibilidad, en definitiva corporeizarlo.
En comparación con la situación de hace diez años, el movimiento ha crecido y se ha fortalecido, pero no basta, es sólo el inicio del principio. Generar ese movimiento, hacerlo visible, crear un lenguaje, unos valores y unos símbolos únicos y compartidos. Y tener como meta y eje la regeneración nacional y la eliminación de los nacionalismos y sus aliados. Sin más.
Esa es la paradójica meta próxima del movimiento: generar el propio movimiento, organizarlo.