La extremadamente ruinosa situación de todas las instituciones del país y la consiguiente debacle económica ha sido el resultado a que nos ha llevado la oligarquía -casta- política, y su partitocracia, en alianza subversiva con las tiranías nacionalistas -secesionistas- y su supeditación a ellas.
El control y manipulación de la sociedad que ha permitido destruir casi por completo sus fundamentos morales con los medios de comunicación y una educación corrosiva como instrumentos, ha culminado, con el actual gobierno de Rodríguez Zapatero (una especie de «socialista» radical destructivo, infantiloide y perverso), en una orgía de degradación ética y política de un cinismo absoluto. Todo principio ha sido hollado en este aquelarre masónico.
Pero el mal ya se venía fraguando desde los anteriores gobiernos, carentes a su vez de principios y escrúpulos, pendientes exclusivamente de sus intereses espúrios, para lo cual no les ha importado ponerse en manos de esas ínfimas minorías nacionalistas y cediendo a sus enormes exigencias destructivas para España, obtener su «apoyo».
Es ya imprescindible, y urgente, dotar al Pueblo y a la Nación españoles de un Frente de Salvación Nacional; una organización que por encima de ideologías y tendencias, inútiles para esta situación, unifique a la resistencia frente a este sistema autodestructivo.
El lodazal político
El panorama de las instituciones en que se concreta el Estado (legitimidad, ley y orden, sin los que no hay sociedad, sinó estado de naturaleza) y el sistema político que las debía hacer funcionar es desolador.
La organización política se materializa en los partidos, pero no ha dado lugar a una democracia pues a través de diversos mecanismos, principalmente el destructivo sistema autonómico, la propia naturaleza de los partidos, y quienes realmente los constituyen y encarnan, se ha degradado en una partitocracia obtusa y con ella un caciquismo descomunal, el caos económico, y un exitoso proceso de manipulación para la descomposición de la sociedad cuyos objetivos últimos no se perciben bien pero en el que los pescadores secesionistas están obteniendo grandes resultados.
Hoy, en España, el campo político real está dividido en dos bandos: «izquierda» y «derecha». Dos palabras contrapuestas pero cuyo contenido y coherencia con las respectivas ideologías históricas es nulo.
Los bandos «realmente existentes» en nuestro país escenifican una «oposición política» que propiamente es un tanto ficticia. Ni se puede hablar de conservadurismo sistemático por un lado ni de transformación de la estructura del Estado y de la sociedad, por otro. Simplemente se trata de opciones para la hipotética mejora en el funcionamiento de las instituciones del Estado (en general meras opciones técnicas en las que el margen de maniobra de cada uno es mínimo), y más comunmente para favorecer a distintos grupos de intereses relacionados con cada bando y sin conexión alguna con el viejo mito de la lucha de clases ni de la pugna «desposeidos-poseedores», aunque se siga agitando el espantajo con fines propagandísticos en los períodos electorales. Por eso constatamos que todo lo que se agrupa bajo esas facciones, sistemática o coyunturalmente, es oprtunismo descarado.
Los hechos no permiten, con la facilidad con que se admite, afirmar que las «derechas realmente existentes», aquí, representen el conservadurismo y el autoritarismo (basta considerar sus posicionamientos con respecto a las coyunturas que se han presentado: aborto, matrimonio homosexual, relativismo moral, inmigración descontrolada, políticas económicas que en ocasiones van incluso más a la «izquierda» que las de sus oponentes, etc.), ni tampoco afirmar que las «izquierdas realmente existentes» representan el «progreso social», ni la «transformación de la sociedad», ni muchísimo menos la «conciencia moral y ética de la Humanidad» (especialmente tras la experiencia de los Estados totalitarios de los que aún quedan dos muestras brutales, la defección de los demás, la monumental hipocresía y mentira del Estado Chino, siempre la negación efectiva de la libertad, la actual ingerencia sofocante del Estado sobre el individuo en sus manipulaciones de la sociedad, la ruina económica que protagonizan y sobre todo la extraordinaria corrupción que les es inherente -aunque de ella también participan las «derechas» en análoga medida -).
Simplemente las prácticas y las hipotéticas teorías que ambos pretenden sustentar son discordantes e incluso antitéticas (sus enunciados, siempre genéricos y abstractos, son pura retórica).
Específicamente la «izquierda», cuyo exponente mayor es el «Partido Socialista», desaparecida tras el hundimiento de la URSS, no es más que un amasijo de toda clase de detritus: grupos de presión gays, ecologistas, terroristas, antisistemas, ongs, animalistas, ocupas y ahora un hipócrita 15M, etc. que configuran un entorno de puro radicalismo destructivo sin objetivo definido.
Consecuencia de esa vacuidad funciona un simplismo que ha hecho considerar como izquierda a todo lo que se reclama antifranquista (se trata del «antifranquismo post-franquismo», ya que muchos de los actuales jerarcas participaron y medraron en el anterior régimen), y por eso se consideran también «de izquierdas» a ideologías profundamente reaccionarias como los nacionalismos y su brazo terrorista (a los que no puede considerarse verdaderos partidos políticos). Tal vez sea éste el camino por el que se ha producido la abducción de la izquierda por el nacionalismo, o por una residual herencia estalinista. Todo lo demás es derecha, aunque carezca de conexión o afinidad real con el franquismo.
Finalmente su seña de identidad más perceptible y concordante con la realidad práctica es el antiespañolismo vergonzante (vergonzante porque no se atreve a declararlo abiertamente, y ya es hora de quitarse las máscaras).
Otros grupos constituidos desde la izquierda, disidentes de la oficial, enemiga abierta de España, la cultura española y de su población, no han pasado de meros gestos de corrientes internas.
En cuanto a la derecha, cuyo exponente sería el «PP», pretende ser «el centro»; se confiesa liberal en lo político y en lo económico y conservador en algunos aspectos (familia, etc.) Pero es muy difícil saber exactamente el alcance de su «compromiso» (si es que tiene alguno).
La realidad es que se trata de un partido carente de moral y de principios de ningún tipo, podrido, pesetero, patético. Toda su acción se centra en un utilitarismo tacticista y pactista en pro de intereses económicos exclusivamente, a los que sacrifica, vende y desprecia lo que sea, sin límite.
Y así lo demuestran, en sus obsesivos pactos con los secesionistas, las cesiones alegres a todas sus exigencias, la condescendencia con sus violaciones de las leyes y la Constitución (competencias, banderas, represión lingüística etc. y recordemos que su resistencia al nuevo Estatuto de la Autonomía catalana fue puro teatro, pose) y ahora, cuando ya no queda casi nada más que ceder, con allanarles, encubiertamente, el camino a su «expansión territorial» (Valencia, Murcia, Navarra, ¿Aragón?…).
¿Porqué iban a embarcarse en enfrentamientos por estos asuntos?. No son su «tema». Deleznable.
La ultraderecha, por otra parte, fracción arribista de las oligarquías políticas, está más atenta, como es lógico, a sus alucinaciones ideológicas que a la defensa de la Nación, sólo nominal en algunos de sus grupos, cuando no inexistente o en contra en otros, vasallos de extranjerismos. Son confusionistas y enemigos del Pueblo y la Nación, no son fuerzas convergentes.
Juzgando por los hechos, para muchos, derecha e izquierda ya no existen, pero son etiquetas clasificatorias que siguen teniendo presencia social, y hasta cierto punto desempeñan una función utilitaria: invocan mitos.
Como reclamos publicitarios vacíos permiten que cualquiera pueda «poner» en esas etiquetas lo que quiera creer. Por eso a su alrededor se agrupa una nebulosa de individuos (votantes) de «convicciones» difusas o fraccionarias, y volubles. En unos no pasa de un «izquierdismo» pequeñoburgués infantil (y «buenista») y en otros es un peregrinar en busca de defensa de valores religiosos o de algún resíduo patriotico.
Se trate de meras etiquetas o no, bajo ellas se ha creado un complejo entramado político del que vive todo tipo de personajes (profesionales de la política, oportunistas, arribistas, etc.), todos ellos de una calidad moral e intelectual ínfima a los que acreditar un carácter ideológico o doctrinario es un sarcasmo.
¿Qué hacer ?
El complejo de intereses económicos creado (así como las extensas redes clientelares de todo tipo) es de tal intensidad y dramatismo que hablar de reforma o regeneración es más que ridículo. Creer que es posible enfrentarse a ese monstruo desde posiciones aisladas es simplemente estúpido. Es imprescindible un verdadero movimiento unitario comprometido, convencido y decidido.
Los grupos de la resistencia: liberales, izquierdas nacionales, católicos y patriotas en general, están desunidos y sordos ante las reiteradas llamadas a la acción unitaria desde diversos medios y personalidades.
Es cierto que desde hace una década el movimiento de resistencia a las tiranías nazionalistas se ha expandido mucho. Pero a pesar de los llamamientos a la unidad y a la identidad del movimiento (entre ellos los nuestros) y al importante éxito de varias manifestaciones de protesta por las políticas gubernamentales, el movimiento no termina de cuajar en una estructura política unitaria y en reconocerse a sí mismo como tal.
La organización de resistencia y lucha que se debería de haber construido en los años 90 (e incluso antes) fue víctima de los personalismos y las debilidades políticas. Finalmente se constituyeron a trancas y barrancas dos organizaciones que han resultado fallidas por esos mismos defectos. Sobre todo por su “síndrome de Estocolmo” y su deseo de hacerse perdonar y ser aceptados, su falta de constancia, precisión y energía a la hora de defender España y los españoles, que debería ser su norte y no otros. Hablamos de Ciudadanos y la UpyD.
Siempre hemos estado irrenunciablemente a favor de la unidad y del agrupamiento en una organización política. Ahora bien, las experiencias de Ciudadanos y UPyD nos parecen esclarecedoras de los límites del regeneracionismo político. O bien los personalismos o la indefinición “ideológica” terminan por sabotear el proyecto, que nosotros, de antemano, consideramos sólo como una táctica más en la estrategia global del movimiento de resistencia a la tiranía nazionalista, una tecla más a tocar.
No olvidemos que el enemigo ha tejido redes muy amplias, convergiendo progresistas, arribistas, ultraizquierdistas y “alternativos”, terroristas, separatistas y todo tipo de grupúsculos y sectores de intereses económicos que medran en medio de la corrupción y caos económico.
La primera impresión es que no se ve como una tendencia política al margen y en contra de los partidos que sostienen el sistema, que está chantajeado y socavado permanentemente por el saqueo y la represión de los separatismos, puede abrirse paso.
Pero el momento parece inmejorable: con el gobierno más incapaz de la Historia española (que ya es decir), con los secesionistas aliados a él en pie de guerra, el caos y la improvisación frente a la crisis, la impostura, la mentira y la puñalada trapera como método político habitual, la compra de los medios de comunicación… Si no mutamos en partido y los que existen se escaquean cada vez más, perdiéndose en trifulcas internas o en “problemas sociales” peregrinos, si los posibles apoyos de fuerzas “del sistema” son nulos (estos siempre buscan equilibrios y componendas, chanchullos y corruptelas, “negocios”; para ellos somos “subversivos” (¡¿y los nazionalistas no?!) ¿Qué hacer?
¿Echarnos al monte?. No. El uso de la violencia no ha llevado a nadie al poder. En los casos que lo parece (Rusia, Cuba…) ha sido, en realidad, por la existencia de un poder podrido o por fuerzas de oposición civil urbana. El terrorismo socava, no vence, se hace necesaria la mediación política. Grupos como el FLN argelino o las Brigadas Rojas italianas lo han sabido. Otra cuestión es su utilización con objetivos tácticos, propagandísticos o de aviso.
No siendo politicuchos al uso no debemos ofrecer un programa de gobierno, que además sólo es una herramienta al servicio de las ambiciones partidistas y de la política de pasillos. Un partido insertado en los actuales ámbitos políticos del sistema partitocrático-autonómico de nada serviría, hablamos de asaltar el sistema por motivos tanto históricos (refundar el Estado, implantar definitivamente la nación) como actuales (el desastroso sistema autonómico y el asalto de los nacionalismos).
No somos estúpidos idealistas, nos alzamos ante un peligro, una opresión real y constatable: la represión contra nuestra unidad, cultura, idioma y el saqueo de nuestra economía por parte de los nacionalismos y la aberración económica para ellos creada por sus cómplices ¿¡demócratas!?
¿Qué nos falta? Necesitamos ya una sóla bandera bajo la que agruparnos, y los mismos objetivos, contando sólo con lo más necesario, con unos criterios fijos que sirvan de mínimo común denominador entre todos, sin exclusiones.
Creemos que la propuesta deber ser concretada para que nazca un FSN bajo unos principios mínimos, incisivo, granítico y quirúrgico, no un parche, no una alternativa parcial. Creemos que el movimiento debe emplear tácticas más directas contra la aberración autonómica y la represión separatista.
El enemigo utiliza no sólo métodos de implantación e ingeniería sociales o de represión callejera, sino que su brazo principal son (aparte del saqueo económico y la acumulación de poder) las palabras, es decir la manipulación del lenguaje, negar o tergiversar lo evidente, lo real. Genera de hecho una realidad diferente inserta en sus mitos y teorías. Una realidad hecha de palabras que rodea a la población y le incita a soslayar o negar su represión y a demonizar a los críticos y disidentes.
Es evidente que no hay solución fácil; hay que cortar el nudo gordiano. Necesitaremos más que palabras, una estrategia, la única posible: la oposición a la tiranía y corrupción realmente existente, el ataque a la oligarquía política real (no es ningún ”sistema” teórico de manual marxistoide), la denuncia de la corrupción y el derroche económico, del saqueo del Estado por la partitocracia, la eliminación de las libertades a base de retorcer la ley o ignorarla, y la dictadura de los nacionalismos forjada con la colaboración de todo el sistema político.
Por eso necesitamos un frente de renovación, o salvación nacional, antes del cataclismo o la guerra.
Con criterios claros, básicos y sajadores. Sin alarmismos. Tengamos en cuenta que se trata de construir un movimiento atrayendo a los mejores y más concienciados elementos de la nación así como de lograr un amplio y necesario consenso popular. Esto hay que realizarlo con la desventaja de tener que construir casi desde cero los elementos de propaganda y analisis necesarios para el trabajo político, teniendo en cuenta que no lo han hecho las oligarquías políticas de los últimos dos siglos.
Esa es nuestra principal batalla. Basta ya de rodeos, de palabrería, denunciemos la represión y neguemos la pretendida “realidad” de sus presupuestos y el derecho a su existencia parasitaria y agresiva. Pasemos a la resistencia ofensiva con todos los medios. Porque sólo con la meta de lograr la insurrección legítima contra este régimen anormal que se socava a sí mismo y se alía con sus enemigos naturales, lograremos forjar un movimiento de regeneración nacional.
Se trata de una política de oposición real, de movilización y de una conquista del poder nada teórica. Hablamos ahora de la necesidad de una insurrección, puesto que el poder es desleal al Pueblo y la Nación y el Estado está saqueado y neutralizado en manos de las fuerzas de ocupación de los nacionalismos vasco y catalán sobre todo.
El movimiento «existe», pero falta que se visualize. No se trata de pretender generar un fenómeno “de masas” sino de crear una masa asequible a la movilización, crear un ámbito propio.
No está en nuestras manos ni es el momento el predecir cómo. Nadie lo ha logrado jamás. Los grandes cambios en la Historia no han venido dados por seguir una teoría o estrategias predeterminadas. Las variables son demasiado numerosas para poder controlarlas. Pero hay que estar ya ahí, en la brecha y activos, tanteando y sobre todo atacando.
El FSN debe ser el instrumento de unión, acción y conciencia. Con lealtad. Sin cortapisas ni miedos. La consigna es: España y los españoles. España es libertad. Contra la subersión subvencionada y protegida. Abajo los separatistas y los traidores que les protegen.
Porque sin combatir por la unidad y libertad de la Patria y el Pueblo no vale la pena preocuparse por el resto.
¡Unidad! ¡España es libertad y progreso!